martes, 24 de enero de 2012

La labor del corrector editorial, algunas ideas sueltas


Llevo aproximadamente mes y medio sin poder escribir reseñas, porque han coincidido en el tiempo dos libros bastante gruesos para los que he tenido que realizar un intenso trabajo de corrección (y por otro motivo, que desvelaré el próximo fin de semana). Debido a que, por la naturaleza de este blog, no puedo reseñar libros que todavía no están publicados, me gustaría, al menos, aprovechar estas lecturas para hablar brevemente de este trabajo en la sombra, necesario para que cualquier libro a la venta tenga un aspecto, digamos, decente. También me aprovecho de que es sábado y no hay muchos lectores: algunas personas se vuelven muy violentas si no reciben su ración diaria de crítica. Así pues, con permiso.

En general, corregir un libro es una tortura. Ya está. Ya lo he dicho. Y con esto podría terminar mi pequeño discurso. Algunos lectores pensarán: "No puede ser. Un trabajo que consiste en leer, y además en primicia, tiene que ser la hostia". Pues no. Y por varias razones.

La primera, obvia, es que el corrector, cuando ejerce, no lee de la misma manera que cuando lee por placer, por vicio o por fornicio. Un lector toma un libro, lo manosea y, poco después, se mete en él, se deja llevar por la prosa del autor, por los conflictos de los personajes. Esto no sucede en la lectura del corrector: el policía de la ortografía y del estilo no atiende a las razones de los protagonistas, no. Sus ojos trabajan a destajo bajo una única premisa: "en esta frase hay una errata, y yo la voy a encontrar". Y así, con todas las frases. Aunque el libro tenga quinientas páginas. El corrector persigue las comas mal situadas, las palabras mal escritas por una confusión en el tecleo, las tabulaciones incongruentes, las líneas huérfanas, las viudas, las solteras, el error de cohererencia en el uso de las mayúsculas, de los guiones, del tamaño de las tipografías. Los dobles espacios, ¡ay los dobles espacios! Las notas al pie mal puestas, ¡ay las notas al pie! Las bibliografías desordenadas, ¡ay...! Etc.

¿Alguien puede prestar la adecuada atención a un libro con todo eso en la cabeza? Claro que no...

La segunda razón es que los autores, muchas veces, son un pequeño desastre. O un desastre completo. Casos: El libro lleva fotografías, y el autor las envía mal (la foto no corresponde con su pie, por ejemplo). El autor no quiere perder tiempo buscando un dato concreto e incluye un paréntesis vacío que dice "buscar fecha". El autor se confunde en el nombre de los personajes (esto pasa más a menudo de lo que la gente cree). El autor se olvida de que ha empezado el libro alineando a la izquiera y, por ejemplo, a mitad del texto se le va la pelota y alinea a la derecha (ergo: duda del corrector, llamada al autor, consulta, corrección de última hora). El autor no tiene ni puta idea del uso de los guiones, o de los tres puntos, o del concepto etc. (y acaba poniendo guiones con espacio a ambos lados, o el tan terrible "etc...", o peor todavía, los "cinco puntos suspensivos"). El autor es un esteta y quiere que una parte del texto esté en formato piramidal, pero como no sabe hacerlo con el WORD, hace unas marcas y escribe, tranquilamente: "poner en pirámide invertida". Olé. Y así, cienes y cienes de cosas.

La tercera razón es que el corrector es Sísifo: da igual el número de veces que corrija el texto, da igual la intensidad de su observación, da igual que revise las pruebas en tercera, en cuarta o en quinta: al final, el puñetero libro saldrá con erratas. Y lo que es peor: cuando el libro esté en la calle, el corrector lo cogerá, lo abrirá por una página al azar, echará un vistazo rápido y ¡tachán!: allí estará esa errata hermosísima, visible, incuestionable. Y el corrector se ciscará en todos sus muertos por no haberla visto antes. En serio: esto sucede siempre. Es una ley no escrita de la edición. Lo cojonudo es que esa misma errata será vista, con el mismo azar, por el editor, que llamará al corrector y le dirá un par de cosas. Aunque sea la única de todo el libro. Lo dicho: Sísifo.

En fin. Podría hablar un buen rato más de este tema, pero tampoco es plan de aburrir a los tres lectores que están despiertos a estas horas un sábado. Solo quisiera añadir que, a pesar de lo pesado del oficio, soy de los que creen que los correctores son fundamentales en el proceso de publicación de un texto, y por lo tanto me alegro cuando un editor se preocupa y decide contactar (conmigo o con cualquier otro) para asegurar una edición cuidada. Indispensables. Recuerdo aquel libro que no pude terminar debido a la ingente cantidad de erratas que tenía, y la frustración que me produjo. Estoy seguro de que, sin un buen trabajo de corrección, muchas de las obras que hoy leemos con entusiasmo nos habrían provocado más de un dolor de cabeza, o algo peor.

(Fuente: Un libro al día - Blog)

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