viernes, 10 de febrero de 2012

DICCIONARIO DE ATENTADOS CONTRA EL IDIOMA ESPAÑOL


Reseña: Diccionario de atentados contra el idioma español

Esta misma semana, mantuve una conversación con un profesor sobre el concepto de motivación en las clases. Según me decía, muchos de sus alumnos se quejan de que los profesores no les motivan lo suficiente en clase. Él, sin embargo, considera que los alumnos deben venir motivados de casa, pues la enseñanza universitaria no supone una obligación para el alumnado, sino una decisión que, a priori, es consciente y libre.
En la misma conversación, surgió la cuestión relacionada con el uso de la lengua. Este profesor, cuya materia nada tiene que ver con las letras, se quejaba amargamente de la redacción de los trabajos que sus alumnos les presentan y también del uso de numerosos símbolos y abreviaturas que le resultan totalmente incomprensibles e impropios de la lengua. “La culpa es de la tecnología, de los móviles y de los chats”, me decía. También me denunciaba la gran cantidad de faltas de ortografía que observaba y, además, señalaba algo curioso: “Cuando ven que otro alumno comete una falta de ortografía, se burlan abiertamente. Sin embargo, son incapaces de darse cuenta de sus propios errores, en ocasiones más graves que aquellos de los que hacen mofa.”
A propósito de estas dos cuestiones, motivación y faltas de ortografía, me vino a la mente un libro con el que me divertí y me divierto a menudo, al tiempo que repaso ciertas expresiones incorrectas de la lengua española. Por eso, quería dar a conocer este documento insólito que podría lograr en parte del alumnado motivación y diversión a la hora de aprender sobre el buen uso de la lengua.
La obra en cuestión lleva por título “Diccionario de atentados contra el idioma español”, de Juan Aroca Sanz y publicado por la editorial Rescate, una firma que cuenta con libros sumamente curiosos y entretenidos.
En sus quinientas páginas, este diccionario recopila expresiones, términos y locuciones incorrectos que podemos escuchar a diario. Hasta aquí, podría parece que no es más que una versión o burda imitación de, por ejemplo, “El dardo en la palabra”. Pues no. En absoluto. El “Diccionario de atentados contra el idioma español” no solo recoge las incorrecciones y la manera correcta de expresarse, sino que además lo hace con humor, ironía y, en ocasiones, sarcasmo. Por este motivo, uno logra aprender al tiempo que esboza más de una sonrisa o incluso disfruta de alguna que otra carcajada.
Es probable que se hayan dado cuenta del llamativo término que aparece en el título: “atentados”. La elección no es aleatoria, sino que el autor se vale de este término para establecer, al inicio del libro, una serie de penas o condenas con las que sancionar el uso incorrecto del lenguaje. Así pues, según sea la metedura de pata del hablante o escribiente, Aroca Sanz propone distintas condenas en función de la gravedad: admonición o tarjeta –como en el fútbol-, arresto domiciliario, multa, campo de reeducación, jardín de infancia, calabozo, cárcel, cadena perpetua, hoguera e incluso horca.
Este libro, que será de gran utilidad para cualquier traductor, muestra gran cantidad de extranjerismos que vemos a diario en el español. Para la gran mayoría, el autor propone pena de cárcel, cuando no de horca.
Por último, debo decir que el ejemplar que tengo en mis manos, una edición ampliada y corregida de 2007, contó con la colaboración de algún colega de profesión, como el traductor e intérprete jurado Raúl García Pérez.

LETTER WRITING AND KEEPING UP WITH THE TIMES?


(Fuente: Dos Traductoras y un Destino - febrero 9, 2012 by viobella)






LA COMUNICACIÓN MODERNA

Hace unos días me sorprendí al darme cuenta de que los buenos modales se están perdiendo cada vez más por culpa de la comunicación electrónica. Y, por supuesto, yo no voy a ser la que lance la primera piedra.
En los inicios de la correspondencia electrónica, la estructura de los emails era muy similar a la de las cartas tradicionales, seguramente porque era el referente más cercano.  Sin embargo, esta convención actualmente se relega solamente a los mensajes de correo electrónicos profesionales, en los que incluso «firmamos» para que el cliente reciba una sensación de seriedad.
Los servicios de mensajería instantánea empezaron con IRC y Messenger, siguieron con Twitter y parece que no tienen fin con los chats de las redes sociales y whatsapp. En estos programas lo que prima es ser directos y concisos, por lo que los saludos y las despedidas están de más. Muchos opinarán que estas expresiones son una pérdida de tiempo y que, si hay confianza, son totalmente innecesarias. Sinceramente creo que la conocida frase «la confianza da asco» se puede aplicar a este caso.
Por mucho que nos encanten las nuevas tecnologías (yo soy la primera enganchada), hay que reconocer que día a día se van haciendo más invasivas.

Hace unos años nos ofenderíamos muchísimo si mientras tomamos café con una amiga, ella cortara la conversación de repente para ponerse a hablar con su novio, ahí, en la misma mesa, dejándote con la palabra en la boca y cara de tonta. Alucinaríamos aún más si nos dijera que siguiéramos hablando, que ella es multitarea y puede prestarnos atención a los dos a la vez. Pues esto es lo que ocurre exactamente ahora con ese gran avance que es la tarifa de datos en los smartphones.
Todos deberíamos hacer examen de consciencia y tratar de respetar algunas normas de convivencia que son fundamentales para que la comunicación entre las personas no se convierta en otra tarea automatizada e impersonal.
Para concluir dejo con algunas normas para la escritura de emails o cartas «familiares» que espero os sean de utilidad, puesto que solemos pasarlas por alto y son sencillísimas de recordar.

Carta en español:
Hola, NOMBRE: (coma antes del vocativo y dos puntos al final)
Estoy escribiéndote un email. (Empezamos escribiendo en mayúsculas)

Carta en inglés:
Hi NAME, (coma al final)
why don’t you send me a snail mail? (Empezamos escribiendo en minúsculas)
Best wishes,

B.

jueves, 9 de febrero de 2012

FRASES DE SIGMUND FREUD





Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo.

La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas.

La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?

Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.

Si la inspiración no viene a mí salgo a su encuentro, a la mitad del camino.

No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre.

Como a nadie se le puede forzar para que crea, a nadie se le puede forzar para que no crea.

Sería muy simpático que existiera Dios, que hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia; que existieran un orden moral en el universo y una vida futura; pero es un hecho muy sorprendente el que todo esto sea exactamente lo que nosotros nos sentimos obligados a desear que exista.

Dijo Platón que los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen realidad.

Cualquiera que despierto se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco.

He sido un hombre afortunado; en la vida nada me ha sido fácil.

Todo chiste, en el fondo, encubre una verdad.

Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso.

El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización.

Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos.

La verdad al cien por ciento es tan rara como el alcohol al cien por ciento.

Ningún crítico es más capaz que yo de percibir claramente la desproporción que existe entre los problemas y la solución que les aporto.

La humanidad progresa. Hoy solamente quema mis libros; siglos atrás me hubieran quemado a mí.

El narcisismo de las pequeñas diferencias, es la obsesión por diferenciarse de aquello que resulta más familiar y parecido.

Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo.

A veces un puro es solamente un puro.

Ser completamente honrados consigo mismo es un buen ejercicio.

TRADUCCIÓN Y PSICOLOGÍA

LINK: VER CÓMO SE TRADUCE A FREUD



OTRO LINK: DE LA TRADUCCIÓN DE FREUD Y OTRAS REFLEXIONES

viernes, 3 de febrero de 2012

VIDEOS: AMAZING POLYGLOT!

Polyglot speaking in 5 languages

Same polyglot speaking in Mandarin Chinese

Now in Croatian!!




Did you enjoy it as much as we deed? Hope so!!

HIPERPOLÍGLOTA: ¿SER O NO SER?


«Hiperpolíglotas»: gente que habla hasta 72 idiomas


En el siglo XIX el cardenal italiano Giuseppe Mezzofanti tenía fama de ser el hombre que más idiomas hablaba en el mundo. Algunos dicen que sabía 72 y otros, 39. Sea cual sea el número, hay testimonios que dan cuenta de su extraordinario talento. En una ocasión el papa Gregorio XVI lo sorprendió con una docena de seminaristas de diferentes países de visita en Bolonia a quienes Mezzofanti guiaba en sus idiomas maternos. El poeta inglés Lord Byron también lo puso a prueba, pero al final tuvo que admitir que era imposible superarlo: «Es un monstruo del lenguaje que debió haber sido el intérprete universal de la torre de Babel», escribió en su diario. 

Convencido de que todavía hay personas con la misma habilidad del cardenal, el periodista estadounidense Michael Erard emprendió la difícil tarea de dar con su paradero. Para ello se valió de foros en internet y de archivosde la Dirección General de Traducción, con sede en Bruselas. El resultado de su búsqueda es Babel No More, un libro que reúne las historias de los mayores prodigios del lenguaje y de paso intenta resolver la pregunta de si un hiperpolíglota (es decir, alguien que conoce más de once idiomas) nace con el don o se hace con la práctica. 

Uno los casos más fascinantes es el de Alexander Arguelles, un profesor de 47 años que dedica nueve horas diarias (antes de casarse y tener hijos dedicaba 14) a estudiar alemán, mandarín, árabe, latín, ruso, persa, sánscrito, checo, catalán, islandés, swahili... Su método es aparentemente fácil: todas las mañanas sale a correr cerca a su casa en Berkeley, California, mientras escucha audiolibros de un idioma en particular en su reproductor de mp3. El secreto consiste en imitar una y otra vez las palabras así no entienda su significado. Aunque a simple vista es una técnica sin sentido, Arguelles sostiene que es la mejor manera de familiarizarse con los sonidos de una lengua y, sobre todo, de dejar la vergüenza a un lado. Claro que su éxito también depende de su disciplina para hacer ejercicios de gramática y lecturas en horarios estrictos; es tal su obsesión que renunció a su empleo para entregarse exclusivamente al tema. 

En cambio, el lingüista Kenneth Hale, fallecido en 2001, parecía tener una disposición innata. Aunque Erard no alcanzó a conocerlo, sus amigos cercanos le aseguraron que podía hablar más de cincuenta dialectos de grupos indígenas desaparecidos o en vías de extinción. Alrededor de su nombre se han tejido todo tipo de leyendas, incluida una según la cual aprendió finés durante un vuelo que cubría la ruta Boston-Helsinki. Otra figura mítica es la del diplomático alemán Emil Krebs, quien supuestamente dominaba 68 idiomas (se dice que tardó apenas nueve semanas en memorizar las reglas básicas del armenio) y podía traducir más de cien. Casi ochenta años después de su muerte, en la Universidad de Düsseldorf su cerebro sigue siendo objeto de análisis científico. 

Pero más allá de la evidencia fisiológica, uno de los principales inconvenientes a la hora de hallar a los superpolíglotas es determinar el grado de destreza que requieren para dominar una lengua. «Una cosa es hablar un idioma y otra muy distinta es charlar», explicó Erard a SEMANA. El liberiano Ziad Fazah, por ejemplo, ostentaba el título de la persona que más idiomas hablaba en el mundo, según el libro Guinness World Records, pero en 1998 pasó un oso tremendo en un programa de televisión porque en una conversación informal no pudo contestar una pregunta sencilla (« ¿qué día es hoy?») en ruso, mandarín y griego. Puede que en ese momento los nervios lo hayan traicionado o que simplemente fuera un farsante en busca de popularidad. 

En su época, muchos trataron de demostrar que Mezzofanti hacía trampa, pero él siempre sostuvo que su talento tenía origen divino: «Dios me dio este peculiar poder. Solo sé que cuando escucho una palabra en un idioma diferente jamás la olvido». Sin embargo, Erard descubrió en los archivos del cardenal tarjetas para memorizar vocabulario. Eso probaría que si bien los protagonistas de Babel No More tienen un talento especial, eso no significa necesariamente que sean unos genios. Al fin y al cabo, como sugiere el autor, «no todos tenemos un cerebro hiperpolíglota, pero podemos imitar algunos de los principios que estas personas utilizan para aprender». 

(Fuente: elcastellano.org)


OTB's Recommended Book


Reseña de La fascinante historia de las palabras
Fernando A. Navarro
Traductor médico, autor del Diccionario crítico inglés-español de medicina



De igual manera que en una vida —lo aprendemos con los años— caben muchas vidas, también en una palabra caben muchas palabras. Toda palabra, por mucho que hoy la usemos con la despreocupación que da lo cotidiano, arrastra consigo, en realidad, una historia milenaria de cambios, evoluciones y mutaciones; de aventuras y viajes; de odios y amores; de conquistas, luchas e invasiones; de contactos culturales e intercambios comerciales; de olvidos, desapariciones, y reapariciones.

Como sucede con otros milagros cotidianos, la fuerza de la costumbre hace que muchos hablantes hayan perdido ya la capacidad de asombro y fascinación ante el milagro del lenguaje, que hoy ya sólo nos deslumbra, maravilla y embelesa cuando, al comienzo de la vida, el bebé va adquiriendo, con esfuerzo y placer, las primeras palabras:mamápapáteteagua, neneno. Pero esta fascinación de los padres ante las primeras palabras de su hijo dura poco. En seguida nos dejamos ganar por el tedio de la rutina, el encanto de lo nuevo se desvanece, y nadie se admira más de que ese mismo niño, luego adulto, siga adquiriendo de forma constante, y por millares, nuevos vocablos que le permiten expresar el mundo que percibe a su alrededor, los sentimientos que brotan en su interior, y las ideas y pensamientos que elabora.

Un modo seguro de recuperar la fascinación por el lenguaje, más allá de los primeros balbuceos del bebé, es pedir a las palabras que nos hablen de su origen y de su historia. De eso trata este libro. Y digo que es modo seguro porque resulta imposible conocer la historia de las palabras y no amarlas. Buena prueba de ello es el propio Ricardo Soca. Basta echar un vistazo a sus notas etimológicas para advertir en este periodista uruguayo, carioca de adopción, a un enamorado de las palabras. A un filólogo, podríamos decir en puridad etimológica; pues las raíces griegas phyllos y logos nos demuestran que, antes de convertirse en los cargantes sabiondos rodeados de libracos polvorientos que hoy conocemos, los filólogos hubieron de ser logófilos empedernidos y hubieron de estar apasionadamente enamorados de las palabras, amartelados con los vocablos, encelados con el idioma. Logófilos empedernidos serán asimismo, a ciencia cierta, buena parte de los lectores atraídos por este libro. Y, lo que es más importante, logófilos llegarán a ser —estoy convencido de ello—, muchos otros lectores que tal vez por mera curiosidad hayan tomado este libro del anaquel de la librería, pero que habrán de sentirse luego atrapados por la fascinante historia de las palabras.

Y es que La fascinante historia de las palabras lo es de veras. Soca se vale de la etimología, disciplina que se ocupa del origen de las palabras, para llevarnos de viaje por tierras remotas —remotas en la distancia o en el tiempo— y presentarnos a grandes personajes de la historia o a figuras anónimas de todos los tiempos que, sin ellos ni nosotros sospecharlo, acuñaron las palabras que hoy empleamos y sentimos propias.

Hojeando las páginas que siguen aprenderemos —o, en el caso de lo más eruditos, recordaremos— que el alcohol y la belladona guardan íntima relación con la historia de la cosmética y la belleza femenina; que nada menos que Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, está en el origen mismo de la voz adefesio; que para los etruscos —y para nosotros con ellos—, los adivinos eran hombres divinos. Aprenderemos que el nombre del edredón, como su uso, nos vino de la fría Escandinavia, y, de modo parecido, el nombre del ajedrez, como el mismo juego, nos vino de la lejana India; la misma lejana India que nos ha dado también, más modernamente, palabras como champúpijama.

Conoceremos personajes insólitos: ¿quién fue esa princesa Berenice que prestó su nombre a nuestro barniz? ¿Sabías acaso, lector, que un instrumentista vienés bautizó al acordeón, un químico alemán a laaspirina, un economista francés a la burocracia, un médico poeta italiano a la sífilis, y un navegante cartaginés al gorila?

Descubriremos docenas de otras historias notabilísimas más que las palabras llevan consigo: Aristóteles, casi cuatro siglos antes de Cristo, usó ya el término católico; el nombre de la cerveza lo tomaron prestado los romanos de los galos; los copistas medievales usaron ya en sus escritos el signo @, que hoy nos parece tan moderno e internético; el armiño tomó su nombre de Armenia, pese a que, como es bien sabido, en Armenia no hay armiños; en la Grecia clásica, Anfitrión tuvo en su casa un invitado de lo más indeseable; la designación del tulipán procede no de Holanda, como cabría pensar, sino de Turquía; las Bahamas son en realidad las islas de la Bajamar; los duendes de Gonzalo de Berceo eran muy distintos de los nuestros; la hamburguesa, como su propio nombre bien claramente indica, no viene de los Estados Unidos. En el siglo xvii, los españoles llamabancorsarios a los filibusteros franceses y a los bucaneros ingleses, todos ellos piratas. Las afortunadas islas Canarias recibieron su nombre de un animal muy abundante en ellas, que no es el canario. Cuando hoy un niño se trabuca y dice, con su lengua de trapo,murciégalo en lugar de murciélago, o crocodilo en lugar decocodrilo, en realidad está llamando a estos animales por su verdadero y primitivo nombre.

El estudio del origen de las palabras nos depara, asimismo, sorpresas de lo más curioso. Según la etimología, una televisión es lo mismo que un telescopio; los varones somos, por definición, inmunes a las crisis de histeria; los soldados de infantería no pueden hablar jamás; eltrabajo es siempre una tortura, e igual da un zar ruso, que un káiseralemán o un césar romano. Desde el punto de vista etimológico, elhígado viene del higo, el rosario de la rosa, el salario de la sal, y elverdugo del color verde, sí, pero los coroneles, en cambio, nada tienen que ver con las coronas. Y las boticas, tan serias y farmacéuticas ellas, son, por su origen, primas hermanas no sólo de las borrachuelas bodegas, sino incluso de las finas y elegantes boutiquesde moda.

¿Quién hubiese imaginado todo ello en este libro? Y así, medio millar de historias más.

Con todo, Ricardo Soca no ha hecho más que empezar. La increíble riqueza de nuestra lengua —de todas las lenguas— ofrece un campo inmenso de trabajo para la labor curioso-etimológica. Aventuro y deseo, pues, larga vida a La palabra del día en la interred, y, con ella, varios tomos recopilatorios más a modo de continuación de este que ahora, lector, sostienes en la mano. Curiosidades etimológicas, desde luego, no habrán de faltarle al autor para mantenerse ocupado durante los próximos años. A modo de botón de muestra, y para facilitarle la tarea, aquí va una sugerencia para iniciar el segundo tomo de La fascinante historia de las palabras: porque, vamos a ver, ¿no es acaso sorprendente que al material con que escriben niños y maestros en encerados y pizarras lo llamemos en España ‘tiza’ (que es palabra nahua —de origen puramente mejicano, pues—, pero que hoy nadie usa en Méjico), mientras que en Méjico lo llaman ‘gis’ (que es palabra de origen latino, muy anterior al nacimiento del español como lengua, pero que hoy nadie entiende en España.