«Hiperpolíglotas»: gente que habla hasta 72 idiomas
En el siglo XIX el cardenal italiano Giuseppe
Mezzofanti tenía fama de ser el hombre que más idiomas hablaba en el mundo.
Algunos dicen que sabía 72 y otros, 39. Sea cual sea el número, hay testimonios
que dan cuenta de su extraordinario talento. En una ocasión el papa Gregorio
XVI lo sorprendió con una docena de seminaristas de diferentes países de visita
en Bolonia a quienes Mezzofanti guiaba en sus idiomas maternos. El poeta inglés
Lord Byron también lo puso a prueba, pero al final tuvo que admitir que era
imposible superarlo: «Es un monstruo del lenguaje que debió haber sido el
intérprete universal de la torre de Babel», escribió en su diario.
Convencido de que todavía hay personas con la
misma habilidad del cardenal, el periodista estadounidense Michael Erard
emprendió la difícil tarea de dar con su paradero. Para ello se valió de foros
en internet y de archivosde la Dirección General de Traducción, con sede en
Bruselas. El resultado de su búsqueda es Babel No More, un libro que reúne las historias de los
mayores prodigios del lenguaje y de paso intenta resolver la pregunta de si un
hiperpolíglota (es decir, alguien que conoce más de once idiomas) nace con el
don o se hace con la práctica.
Uno los casos más fascinantes es el de
Alexander Arguelles, un profesor de 47 años que dedica nueve horas diarias
(antes de casarse y tener hijos dedicaba 14) a estudiar alemán, mandarín,
árabe, latín, ruso, persa, sánscrito, checo, catalán, islandés, swahili... Su
método es aparentemente fácil: todas las mañanas sale a correr cerca a su casa
en Berkeley, California, mientras escucha audiolibros de un idioma en
particular en su reproductor de mp3. El secreto consiste en imitar una y otra
vez las palabras así no entienda su significado. Aunque a simple vista es una
técnica sin sentido, Arguelles sostiene que es la mejor manera de
familiarizarse con los sonidos de una lengua y, sobre todo, de dejar la
vergüenza a un lado. Claro que su éxito también depende de su disciplina para
hacer ejercicios de gramática y lecturas en horarios estrictos; es tal su
obsesión que renunció a su empleo para entregarse exclusivamente al tema.
En cambio, el lingüista Kenneth Hale,
fallecido en 2001, parecía tener una disposición innata. Aunque Erard no
alcanzó a conocerlo, sus amigos cercanos le aseguraron que podía hablar más de
cincuenta dialectos de grupos indígenas desaparecidos o en vías de extinción.
Alrededor de su nombre se han tejido todo tipo de leyendas, incluida una según
la cual aprendió finés durante un vuelo que cubría la ruta Boston-Helsinki.
Otra figura mítica es la del diplomático alemán Emil Krebs, quien supuestamente
dominaba 68 idiomas (se dice que tardó apenas nueve semanas en memorizar las
reglas básicas del armenio) y podía traducir más de cien. Casi ochenta años
después de su muerte, en la
Universidad de Düsseldorf su cerebro sigue siendo objeto de
análisis científico.
Pero más allá de la evidencia fisiológica,
uno de los principales inconvenientes a la hora de hallar a los superpolíglotas
es determinar el grado de destreza que requieren para dominar una lengua. «Una
cosa es hablar un idioma y otra muy distinta es charlar», explicó Erard a
SEMANA. El liberiano Ziad Fazah, por ejemplo, ostentaba el título de la persona
que más idiomas hablaba en el mundo, según el libro Guinness World Records,
pero en 1998 pasó un oso tremendo en un programa de televisión porque en una
conversación informal no pudo contestar una pregunta sencilla (« ¿qué día es
hoy?») en ruso, mandarín y griego. Puede que en ese momento los nervios lo
hayan traicionado o que simplemente fuera un farsante en busca de
popularidad.
En su época, muchos trataron de demostrar que
Mezzofanti hacía trampa, pero él siempre sostuvo que su talento tenía origen
divino: «Dios me dio este peculiar poder. Solo sé que cuando escucho una
palabra en un idioma diferente jamás la olvido». Sin embargo, Erard descubrió
en los archivos del cardenal tarjetas para memorizar vocabulario. Eso probaría
que si bien los protagonistas de Babel No More tienen un talento especial, eso
no significa necesariamente que sean unos genios. Al fin y al cabo, como
sugiere el autor, «no todos tenemos un cerebro hiperpolíglota, pero podemos
imitar algunos de los principios que estas personas utilizan para
aprender».
(Fuente: elcastellano.org)
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