Las buenas compañías
Por Silvana Boschi
DE CÓMO LOS LIBROS INFLUYEN EN NUESTRAS
VACACIONES
Ahora que el mundo no colapsó como predijeron
algunos intérpretes de las profecías mayas, o digamos que no colapsó todo junto
y para siempre, sino que se siguen produciendo pequeños colapsos cotidianos, es
hora de pensar en qué universo literario vamos a sumergir nuestra cabeza en
estas vacaciones.
Porque aunque una tiende a manotear el último
libro que compramos, el del autor que fue bendecido por la crítica o los gordos
volúmenes de literatura erótica que tienen contentos a tantos novios y maridos,
hay que recordar que esa elección puede influir en cómo estará nuestro ánimo en
esos días de descanso, en los que siempre –calculamos con optimismo– vamos a
dedicarle muchas horas a la lectura.
Porque hay libros que te dejan con la sensación
de haber leído algo bello (y no estoy diciendo algo feliz sino algo bello) y
libros que destilan un sabor amargo.
Recuerdo unas vacaciones que pasé en el sur de
Brasil. Todo estaba perfecto: la playa, el clima, la compañía. Pero no puedo
pensar en ese hotel sin revivir la sensación de opresión que me dejó la novela
que estaba leyendo: un caso de relaciones sombrías, de personajes sórdidos y
sin salida.
Como contrapartida, una de las vacaciones más
lindas de mi infancia la pasé con mis padres y hermanos en un pueblito de
Córdoba, donde no había casi nada que pudiera divertir a una chica: una
iglesia, un almacén de ramos generales –de la familia de Dalmacio Vélez
Sarsfield, el redactor del Código Civil- y unas ruinas jesuíticas. Sin embargo,
todas las noches mi papá tomaba un viejo libro y nos leía un cuento de Las mil
y una noches. No sé si se trataba de una versión infantil o podaba las escenas
entre el sultán y Scherezade, pero los personajes de esos cuentos fueron los
mejores amigos de viaje que puedo recordar. El pueblo, teñido de sepia y
detenido en el tiempo, no tenía nada fantástico, según comprobé años después.
Como en las profecías incumplidas, lo fantástico estaba en el relato.
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