viernes, 27 de enero de 2012

Un Peluche Llamado Mundo


Cine

Un peluche llamado mundo

La nueva película de los Muppets genera otra vez la misma pregunta: ¿por qué estos muñecos no pasan de moda ni dejan de seducir espectadores?

LEONARDO M. D'ESPOSITO

Contrariamente a lo que puede pensar el lector, los Muppets tienen más de cincuenta años. Es cierto, están ahí desde –casi- siempre, desde que se iniciaron en la televisión de Washington con un programita de quince minutos llamado Sam and Friends, tras pasar por lugares célebres como El Show de Ed Sullivan, el Tonight Show de Johnny Carson o incluso las primeras emisiones de Saturday Night Live. Son la marca indeleble de esa máquina de producir inteligencia infantil llamada Plaza Sésamo (ejemplo de lo que es una TV didáctica de verdad) y son uno de los fenómenos más perdurables de la cultura popular contemporánea. Y también, claro, los protagonistas de El show de los Muppets, una de las diez razones por las cuales la televisión tiene asegurado el perdón eterno.

La pregunta es por qué. Por qué están allí ahora, por qué nos resultan irresistibles sin importar la edad. Por qué un arco estelar que va de Orson Welles a Jack Black participó de sus diferentes aventuras en cualquier tamaño de pantalla. Son muñecos, títeres de todo tamaño y técnica, de colores chillones que los definen. Son los hijos tridimensionales de los cartoons clásicos, aunque los superan. Son la demostración de que el arte consiste en hacer mucho con poco: los ojos fijos e invariables de Kermit (René, sí, era René) son capaces de todas las emociones humanas. Y ahí está la clave.
Los Muppets están definidos con los pocos rasgos de una caricatura. La caricatura siempre se basa en un proceso de abstracción, en tomar lo esencial de cualquier cosa y traducirla a sus elementos primordiales. Además, violan constantemente las reglas de la física y la biología como los cartoons. Pero no son cartoons porque tienen tres dimensiones, se pueden “tocar”, aparecen en el mundo real al lado de personas de carne y hueso. Son la caricatura de la vida cotidiana incluso desde el material que los compone: la tela y el tejido que nos suele cubrir (disfrazar) ante el mundo es su propia piel. Esa doble perspectiva de ser pura invención y ser, también, algo concreto y real es lo que atrae nuestra imaginación y provoca nuestra empatía completa; también la llave que nos permite, peluche mediante, ingresar al lado absurdo de la vida cotidiana.
Los Muppets han hecho de la sátira del mundo del espectáculo un mundo en sí mismo, con reglas consistentes. En realidad, con una sola regla: todo se puede inventar y todo es posible sí y sólo sí se mantiene el estado de maravilla y de empatía. Parece difícil y lo es: implica que todo lo extraño funcione como algo posible y real. Es decir: requiere adoptar la postura de que absolutamente todo en nuestro mundo es comedia y que las tres mejores cosas que tiene son los niños, el helado y la risa.
La nueva película, Los Muppets, es un manual que permite comprenderlos sin que nadie nos explique. La idea de un personaje que es un muppet porque simplemente es un muppet –el protagonista y puente entre nuestro mundo “real” y el universo pelúchico, Walter- es en cierto sentido subversiva para un Hollywood donde todo debe tener explicación. Pero es, también, la propia definición del universo Muppet: las cosas son sin que medie una razón profunda, una necesidad lógica. Eso, que podría ser arbitrario, responde a una lógica realista: también “nuestro” mundo es como es sin que, a veces, medien explicaciones. Al transformar el azar en un puro espectáculo colorido, los Muppets nos permiten reírnos del universo sin colocarnos “por encima” en una perspectiva olímpica y cínica.
No se trata de eso, sino del humor, de la gracia de reírse del absurdo. Es lo que implica que “Smells like a teen spirit” de Nirvana diluya su carga de angustia y rabia cantado a cappella en forma de cuarteto; lo que aniquila el falso puritanismo estadounidense de hacerle cambiar la letra a “Fuck You” de Cee Lo Green (como si prohibir las palabras implicara que nadie más las diga) al hacerla cantar por cuatro gallinas.
Hay otro dato importante: el filme ha sido escrito por su protagonista Jason Segel, que es un fanático absoluto de los Muppets. Pero más que un fan es alguien que los comprende, que entiende que la comedia es la falsedad ostensible que por un rato nos invita a creer que todo eso es verdadero. Segel –el profesor de gimnasia del filme Malas Enseñanzas- es un muppet por definición y sabe que todos, en las relaciones diarias, nos vestimos también de muppets.
Uno puede decir tranquilamente que se trata de una película “para grande y chicos”, o de personajes “para grandes y chicos" y es cierto pero no tanto. Los Muppets -película o personajes, lo mismo da- son la marca del juego y el juguete que osan decir su nombre y mostrar qué sentido tienen en nuestro mundo: ni más ni menos hacer visible y cómico lo invisible y trágico. A eso nos dedicábamos con nuestros propios muñecos: si a eso se le suman agudeza, ironía e inventiva adulta, tenemos los mejores juguetes del mundo. O el mundo transformado en el mejor de los juguetes: monstruoso y colorido, atractivo y gracioso, musical y absurdo. Un mundo Muppet.  


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