Reseña de La fascinante historia de las palabras
Fernando A. Navarro
Traductor médico, autor del Diccionario
crítico inglés-español de medicina
De igual manera que en una vida —lo
aprendemos con los años— caben muchas vidas, también en una palabra caben
muchas palabras. Toda palabra, por mucho que hoy la usemos con la
despreocupación que da lo cotidiano, arrastra consigo, en realidad, una historia
milenaria de cambios, evoluciones y mutaciones; de aventuras y viajes; de odios
y amores; de conquistas, luchas e invasiones; de contactos culturales e
intercambios comerciales; de olvidos, desapariciones, y reapariciones.
Como sucede con otros milagros cotidianos, la
fuerza de la costumbre hace que muchos hablantes hayan perdido ya la capacidad
de asombro y fascinación ante el milagro del lenguaje, que hoy ya sólo nos
deslumbra, maravilla y embelesa cuando, al comienzo de la vida, el bebé va
adquiriendo, con esfuerzo y placer, las primeras palabras:mamá, papá, tete, agua, nene, no. Pero esta fascinación de los padres
ante las primeras palabras de su hijo dura poco. En seguida nos dejamos ganar
por el tedio de la rutina, el encanto de lo nuevo se desvanece, y nadie se
admira más de que ese mismo niño, luego adulto, siga adquiriendo de forma
constante, y por millares, nuevos vocablos que le permiten expresar el mundo
que percibe a su alrededor, los sentimientos que brotan en su interior, y las
ideas y pensamientos que elabora.
Un modo seguro de recuperar la fascinación
por el lenguaje, más allá de los primeros balbuceos del bebé, es pedir a las
palabras que nos hablen de su origen y de su historia. De eso trata este libro.
Y digo que es modo seguro porque resulta imposible conocer la historia de las
palabras y no amarlas. Buena prueba de ello es el propio Ricardo Soca. Basta
echar un vistazo a sus notas etimológicas para advertir en este periodista
uruguayo, carioca de adopción, a un enamorado de las palabras. A un filólogo, podríamos decir en puridad
etimológica; pues las raíces griegas phyllos y logos nos demuestran que, antes de
convertirse en los cargantes sabiondos rodeados de libracos polvorientos que
hoy conocemos, los filólogos hubieron
de ser logófilos empedernidos y hubieron de estar apasionadamente enamorados de
las palabras, amartelados con los vocablos, encelados con el idioma. Logófilos
empedernidos serán asimismo, a ciencia cierta, buena parte de los lectores
atraídos por este libro. Y, lo que es más importante, logófilos llegarán a ser
—estoy convencido de ello—, muchos otros lectores que tal vez por mera
curiosidad hayan tomado este libro del anaquel de la librería, pero que habrán
de sentirse luego atrapados por la fascinante historia de las palabras.
Y es que La fascinante historia de las palabras lo es de veras.
Soca se vale de la etimología, disciplina que se ocupa del origen de las
palabras, para llevarnos de viaje por tierras remotas —remotas en la distancia
o en el tiempo— y presentarnos a grandes personajes de la historia o a figuras
anónimas de todos los tiempos que, sin ellos ni nosotros sospecharlo, acuñaron
las palabras que hoy empleamos y sentimos propias.
Hojeando las páginas que siguen aprenderemos
—o, en el caso de lo más eruditos, recordaremos— que el alcohol y la belladona guardan íntima relación
con la historia de la cosmética y la belleza femenina; que nada menos que Pablo
de Tarso, el apóstol de los gentiles, está en el origen mismo de la voz adefesio; que para los etruscos —y para
nosotros con ellos—, los adivinos eran
hombres divinos. Aprenderemos que el nombre del edredón, como su uso, nos vino de la
fría Escandinavia, y, de modo parecido, el nombre del ajedrez, como el mismo juego, nos vino
de la lejana India; la misma lejana India que nos ha dado también, más
modernamente, palabras como champúo pijama.
Conoceremos personajes insólitos: ¿quién fue
esa princesa Berenice que prestó su nombre a nuestro barniz? ¿Sabías acaso, lector, que un
instrumentista vienés bautizó al acordeón,
un químico alemán a laaspirina,
un economista francés a la burocracia,
un médico poeta italiano a la sífilis,
y un navegante cartaginés al gorila?
Descubriremos docenas de otras historias
notabilísimas más que las palabras llevan consigo: Aristóteles, casi cuatro
siglos antes de Cristo, usó ya el término católico; el nombre de la cerveza lo tomaron prestado los romanos de los galos;
los copistas medievales usaron ya en sus escritos el signo @, que hoy nos
parece tan moderno e internético; el armiño tomó
su nombre de Armenia, pese a que, como es bien sabido, en Armenia no hay
armiños; en la Grecia
clásica, Anfitrión tuvo en su casa un invitado de lo más indeseable; la
designación del tulipán procede
no de Holanda, como cabría pensar, sino de Turquía; las Bahamas son en realidad
las islas de la Bajamar;
los duendes de
Gonzalo de Berceo eran muy distintos de los nuestros; la hamburguesa, como su propio nombre bien
claramente indica, no viene de los Estados Unidos. En el siglo xvii, los
españoles llamabancorsarios a
los filibusteros franceses
y a los bucaneros ingleses,
todos ellos piratas. Las
afortunadas islas Canarias recibieron su nombre de un animal muy abundante en
ellas, que no es el canario. Cuando hoy un niño se trabuca y dice, con su
lengua de trapo,murciégalo en
lugar de murciélago,
o crocodilo en lugar
decocodrilo, en realidad está
llamando a estos animales por su verdadero y primitivo nombre.
El estudio del origen de las palabras nos
depara, asimismo, sorpresas de lo más curioso. Según la etimología, una televisión es lo mismo que un telescopio; los varones somos, por
definición, inmunes a las crisis de histeria;
los soldados de infantería no
pueden hablar jamás; eltrabajo es
siempre una tortura, e igual da un zar ruso,
que un káiseralemán o
un césar romano.
Desde el punto de vista etimológico, elhígado viene
del higo, el rosario de la rosa, el salario de la sal, y elverdugo del color verde, sí, pero los coroneles,
en cambio, nada tienen que ver con las coronas.
Y las boticas, tan serias
y farmacéuticas ellas, son, por su origen, primas hermanas no sólo de las
borrachuelas bodegas,
sino incluso de las finas y elegantes boutiquesde
moda.
¿Quién hubiese imaginado todo ello en este
libro? Y así, medio millar de historias más.
Con todo, Ricardo Soca no ha hecho más que
empezar. La increíble riqueza de nuestra lengua —de todas las lenguas— ofrece
un campo inmenso de trabajo para la labor curioso-etimológica. Aventuro y
deseo, pues, larga vida a La palabra
del día en la interred, y, con ella, varios tomos
recopilatorios más a modo de continuación de este que ahora, lector, sostienes
en la mano. Curiosidades etimológicas, desde luego, no habrán de faltarle al
autor para mantenerse ocupado durante los próximos años. A modo de botón de
muestra, y para facilitarle la tarea, aquí va una sugerencia para iniciar el
segundo tomo de La fascinante
historia de las palabras: porque, vamos a ver, ¿no es acaso
sorprendente que al material con que escriben niños y maestros en encerados y
pizarras lo llamemos en España ‘tiza’ (que es palabra nahua —de origen
puramente mejicano, pues—, pero que hoy nadie usa en Méjico), mientras que en
Méjico lo llaman ‘gis’ (que es palabra de origen latino, muy anterior al
nacimiento del español como lengua, pero que hoy nadie entiende en España.