miércoles, 20 de febrero de 2013
Benjamin Franklin, el precursor
Benjamin Franklin, el
precursor
En su autobiografía
publicada en 1793, el político estadounidense escribió un programa de
autosuperación con trece metas. Ese “manual”, con su aplicación práctica, hoy
es el ABC del género.
POR ANDRES
HAX
PIONERO DE LA AUTOAYUDA EN EEUU. Para examinar sus fallas,
Benjamin Franklin armaba unos cuadros en los que al final del día hacía una
marca para cada una de las faltas en cada categoría.
Parece absurdo afirmar que Benjamin Franklin
haya sido el padre del género de autoayuda en los Estados Unidos –por lo menos
de la rama más dura–, pero es irrefutablemente así. En su autobiografía La vida
privada de Benjamin Franklin, publicada en 1793, describe una leve crisis
personal que lo llevó a armar un programa de autosuperación. Consistía,
primero, en señalar sus faltas morales; segundo, en identificar las virtudes
que quería adoptar y perfeccionar; y por último, armar un programa sistemático
para eliminar sus fallas mediante la práctica consciente de las virtudes.
Eligió trece: templanza, silencio, orden, determinación, frugalidad,
diligencia, sinceridad, justicia, moderación, limpieza, tranquilidad, castidad
y humildad.
No pretendía ser un santo ni ejercer todos
estos valores a la vez, pero sí tenerlos como metas prácticas y concentrarse en
vivir guiado por uno de ellos cada semana. De esa manera, a través de los años,
fue cambiando sus hábitos. Franklin entendía que cada uno de estos valores se
complementa. Para vigilarse a sí mismo armó una grilla con las virtudes en el
eje vertical y los días de la semana en el horizontal. Al final de cada día
hacía una marca para cada una de sus faltas en cada categoría (aunque cada
semana –recuerden– el enfoque era en sólo una). Al mismo tiempo, para
complementar este programa de reprogramación moral, armó un estricto cronograma
de actividades diarias.
En su autobiografía cuenta que al comenzar
con este plan se sorprendió al ver que tenía muchas más faltas de lo que se
imaginaba, pero que –por otro lado– le dio satisfacción ver cómo iban disminuyendo
con el tiempo. Fue fiel al programa por años, siempre observando sus faltas y
buscando eliminarlas. Nunca se iba de viaje sin su libreta de grillas.
Lo que hasta el día de hoy une la
Autobiografía de Franklin con el género de autoayuda en su mejor expresión, es
la fe en la posibilidad de la autosuperación, por un lado, y un programa
sistemático –basado en datos duros y de estricto seguimiento– para lograr unas
metas específicas, por el otro. Libros como How to gain control of your time
and your life (Alan Lakein, 1974), The Seven Habits of Highly Successful People
(Stephen R. Covey, 1989) y Getting Things Done (David Allen, 2002) –cada uno un
éxito de ventas pero, más importante, una emblema de su momento cultural–
siguen el mismo formato de Franklin: identificar un problema, diseñar un
escenario alternativo deseado, y finalmente armar un programa sistemático para
implementar el cambio.
El elemento clave siempre es el
reconocimiento de que estamos hechos por nuestros hábitos. Si hay un problema
de nuestro carácter, es solucionable porque está construido por nuestros
hábitos. La autoayuda de la escuela de Franklin –por decirlo así– obliga al
sujeto a mirarse a sí mismo con un ojo científico, casi tayloriano. Esta
actitud puede parecer impersonal y fría, pero su meta final es la suprema
abstracción humana: la felicidad. Lo que logra es hacer de la felicidad una
meta factible y una responsabilidad de uno mismo. No se trata simplemente de
tener buenos pensamientos o de echarle la culpa al entorno. Tampoco se respalda
en lo supernatural o lo pseudo-científico. Dice que somos lo que hacemos, por
lo tanto, si queremos cambiar lo que somos, lo que tenemos que hacer es cambiar
lo que hacemos. Y eso lejos de ser una meta abstracta puede ser un
procedimiento pragmático y mensurable. Sólo se puede determinar si un programa
funciona o no si hay confiables mediciones sobre su progreso.
A pesar de todo, la autoayuda no suele tener
una buena reputación. Un “intelectual” no confesaría leer títulos de este
género como tampoco que lee novelas románticas. Este también fue el caso, hace
muchos años, del género policial, que ahora ha sido absorbido por la “alta
cultura.” Ciertos títulos de autoayuda han logrado pasar esta barrera –en
general arbitraria– entre la alta y la baja cultura. David Allen fue perfilado
en WIRED. Tim Ferriss, el escritor de autoayuda seria del momento, ha sido tema
de una nota reciente en The New Yorker. Ambas revistas cultivan una clientela
cultural ABC1.
Lean la sección de la autobiografía de
Franklin. Observen sus métodos, y vean cómo se repiten en libros
contemporáneos. Podríamos crear un test Franklin para los libros de autoayuda,
para determinar cuáles vale la pena leerse. Los únicos que tienen una chance de
ser útiles son los que se basan en un plan de cambiar hábitos con la creencia
de que estrictas modificaciones, pequeñas y sistemáticas, son la única forma de
lograr cambios trascendentes en uno mismo. Y que ese plan de cambio de hábitos
sea simple, riguroso y medible. Todo lo demás son promesas al aire.
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